Mientras trataba de encontrar la manera de hablar de "Transformers: El lado oscuro de la luna" (Transformers: Dark of the Moon) y evitar la obvia referencia al mítico disco homónimo de Pink Floyd (cosa que evidentemente no logré), se me ocurrió que pocas sagas han sido tan vapuleadas por la crítica y, a su vez, tan exitosas en cuanto a taquilla mundial.
Es que en las dos entregas anteriores, Michael Bay, responsable de esta trilogía robótica, se avocó casi exclusivamente al despliegue espectacular de un arsenal inagotable de efectos especiales, matizado con varios autos lujosos y algunas piernas bonitas. Un cóctel irresistible para los amantes de la adrenalina cinematográfica, pero en el cual el argumento pasa a ser un elemento decorativo al que el realizador parece prestarle muy poca atención.
Pero, como billetera no sólo mata galán, sino también al cine de calidad, este tercer (¿y último?) capítulo parece repetirse en viejas y redituables fórmulas que le otorgan el rol protagónico a las explosiones y a la destrucción sinsentido, entes recaudadores predilectos del cine de acción contemporáneo.
En esta ocasión, el delgadísimo hilo argumental pasa por la carrera espacial de fines de los '60, la cual, según el ficticio mundo de Bay, no fue otra cosa que la disputa entre soviéticos y estadounidenses por apoderarse de cierta tecnología, proveniente de Cybertron, que se encontraba en el satélite natural de nuestro planeta.
Una serie de hechos desafortunados hará que los Autobots tengan que enfrentarse no sólo a Megatron, sino a todo un ejército de bestias metálicas transformables, lideradas por el temible Shockwave, clásico personaje que, a diferencia de la serie animada, aparece como el tiránico rey del mundo robot.
Otro de los que hace su debut es el legendario Sentinel Prime (con la voz del idolatrado Leonard Nimoy), hermano mayor del querido Optimus y antiguo líder de los Autobots, que llegará a toda velocidad para tratar de apagar los "incendios" en que se meten el camión parlanchín y sus amigos (ya verán por qué).
Para el papel de femme fatal con escasa gesticulación y nulo histrionismo, Bay se inclinó por la hermosísima modelo Rosie Huntington-Whiteley que de actuación no sabe ni medio, pero para el caso lo mismo da. Esta rubia tentación tuvo su oportunidad luego de que Megan Fox fuera despedida por comparar al director con Hitler y no precisamente por el bigote (sí, la morocha se fue de boca).
Está todo listo para que nuestro maltratado planeta, destino obligado de toda amenaza intergaláctica que pulula por el espacio, sea nuevamente escenario de otro espectacular enfrentamiento entre máquinas convertibles. Con el éxito de recaudación asegurado, habrá que ver si en esta oportunidad Bay es capaz de echar algo de luz sobre su lado más oscuro: los guiones. La respuesta en su sala favorita.
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